Ansiedad y Fantasmas — noviembre 30, 2024

Ansiedad y Fantasmas

Las historias de fantasmas occidentales, por lo menos las que han dejado más huella en la cultura popular tienen siempre el mismo patrón. Alguien del más allá viene a pedirnos algo.

No se conocen historias de fantasmas que vengan a escucharnos, a ver cómo nos va, o incluso a darnos la combinación de la bonoloto. Siempre es «me mataron y escondieron mi cadaver…», «esta casa se construyó sobre un cementerio indio…», «tu tío me mató y se casó con tu maaadreee…», «desentierrame…», «vengameee…». Siempre están pidiendo.

El formato de la petición siempre es desagradable. Da miedo. Un ruido en la escalera, un cadaver detrás de nosotros en el espejo. ¡Esos armarios de baño con espejo deberían de estar prohibidos!

La forma del mensaje es tan terrible que no permite ver el fondo. El/la protagonista está aterrado/a al principio. Solo quiere que pare. Que desaparezca. Así que toma alguna iniciativa para eliminar el problema. Se pinta la casa, se tiran trastos viejos, se compran talismanes… quizá algún vidente hace una «limpieza» de la casa… Por supuesto esto no funciona y el fantasma vuelve a aparecer más cabreado que nunca.

El problema solo se soluciona cuando el o la protagonista miran más allá del miedo, de la forma del mensaje, y empiezan a comunicarse con el fantasma. Se interesan por quién vivía en esa casa, qué le pasó, etc. Empiezan a entender el problema. A partir de ahí, aparece una posible solución. El mensaje del fantasma es escuchado y resuelto y, solo entonces, puede ir hacia la luz y dejarnos en paz de una puñetera vez.

Todo este esquema es tremendamente similar a lo que ocurre con los ataques de ansiedad. Su forma es aterradora. Algo va a pasar. No sé el qué, pero sé que va a ser muy malo.  Generalmente rellenamos ese vacío con nuestro terror favorito. Tener un ataque al corazón, volvernos locos, agredir a alguien, etc.

La forma del ataque es tan perturbadora que se lleva toda la atención. Queremos que pare, que se vaya, que desaparezca cuanto antes. Nos preguntamos por qué aparecen, pero solo como una forma de evitar que vengan. Igual que con el fantasma, al principio no nos paramos a entender qué está pasando. Cuál es el mensaje y de quién.

Por mi experiencia, los ataques de ansiedad son síntomas de «tipo/as duro/as». Hay que tener cierto aguante para llevar a nuestro organismo hasta el límite. Porque eso es lo que es un ataque de ansiedad: nuestro organismo diciéndonos BASTA!

Yo soy incapaz de tener un desmayo corriendo. A los 50 metros estoy doblado en dos, echando espuma por la boca. Para tener un desvanecimiento hay que correr mucho, y sobre todo, ignorar las señales de agotamiento. Con la ansiedad pasa igual. Nos vemos envueltos en situaciones agotadoras y seguimos adelante hasta que algo hace «crack».

Los ansiolíticos pueden ser la primera barrera de defensa. Y no estoy para nada en contra. Un Orfidal en el bolsillo ejerce un efecto disuasorio frente a los fantasmas cual collar de dientes de ajo. Sin embargo para que el fantasma se marche tenemos que ir más allá. Hay que perder el miedo a la ansiedad. Más que enfrentarla, atenderla, escucharla. Y hay que averiguar cuál es el mecanismo que nos la provoca. Qué permiso no nos estamos dando. Qué obligación imposible nos estamos poniendo o no estamos evitando. Qué ayuda no estamos pidiendo, etc. En definitiva, dónde puñetas tenemos enterrado el cementerio indio.

Cariño, tenemos que hablar !/? (Ocnófilos y filóbatas) — noviembre 17, 2024

Cariño, tenemos que hablar !/? (Ocnófilos y filóbatas)

Existen dos tipos de personas: las que dividen a la gente en dos y las que no. Perdón por el chiste. Vuelvo a empezar.

Algunas personas necesitan estar solas un tiempo para gestionar la ansiedad. Cuando el estrés les supera necesitan un tiempo para ellas mismas, no pensar en el problema que tienen. Pensar en otra cosa, distraerse… Así se regulan. Recuperan su capacidad de gestionar el estrés.

Otras personas, frente al estrés, necesitan conectarse. Estar cerca de sus seres queridos. Hablar de cómo se sienten. Sentirse escuchados. Enfrentar aquí y ahora los problemas. Así es cómo se regulan.

Michael Balint, psicoanalista de mediados del siglo XX, llamaba filóbatas (los que aman andar de puntillas) al primer grupo, y ocnófilos (los que aman aferrarse) a los segundos.

Hemos visto que un/a filóbata necesita distancia y tiempo, generar un espacio vacío que le permita regularse. Lo que más teme un/a filóbata es que penetren en ese espacio mientras está ansioso/a. Esta intrusión es vivida como una peligrosa invasión que dispara la angustia.

Por su parte la ocnofília requiere de contacto estrecho para calmarse. Lo que más teme este tipo de personas es justamente quedar en un espacio vacío que viven como un abandono.

Es decir, en momentos de ansiedad, lo que más necesita uno es lo que más teme el otro y viceversa. Este fenómeno genera auténticas tormentas perfectas en la pareja.

Porque sí, por algún motivo ocnófilos y filóbatas tendemos a emparejarnos. Quizá porque una pareja de ocnófilos tiende a asfixiarse y una pareja de filóbatas corre el riesgo de olvidar que el otro existe. Cariño, ¿con quién vas a  pasar estas navidades?

Cuando la ansiedad afecta solo a uno de los miembros de la pareja, el otro tiene recursos para apoyar. Ya sea acercándose y conectando, o teniendo la paciencia y la confianza de dejar que el otro se aleje.

Los problemas serios comienzan cuando la ansiedad ataca a los dos por igual. Empieza entonces un baile de tirar de la manta para taparse que deja destapado al otro, que a su vez tira de la manta, cada vez más ansiosos los dos. Llegan los «cariño, tenemos que hablar…» a las tres de la mañana.

En un caso extremo es fácil reconocer quién es quién en la pareja. Él/la filóbata es quien se sienta al volante del coche gritando. Él/la ocnófilo/a es quien está subido/a al capó agarrándose al parabrisas.

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Cuando los niveles de estrés están en un nivel manejable, lo que a veces se llama ventana de tolerancia, somos más capaces de entender al otro y entendernos a nosotros mismos. Podemos dialogar y llegar a acuerdos. A través de ese diálogo, como dice Stan Tatkin, gran maestro de la terapia de pareja, debemos volvernos auténticos expertos en el otro. Entender sus necesidades y sus limitaciones. El ocnófilo necesita aprender a dejar espacio entendiendo que no está siendo abandonado/a. El filóbata necesita aprender a estar cerca para el otro, sin sentirse invadido/a. Cada uno tiene que aprender a predecir las reacciones automáticas del otro y aprender a entenderlas, no como un ataque si no como una defensa. Dejar de comportarse como dos fugitivo/as encadenado/as tirando cada quién para un lado, y empezar a funcionar como un equipo.

En resumen aprender a bailar con tu pareja sin pisarse.

El mito de Eco y un tal … no me acuerdo de su nombre pero empezaba con N. (Sobre el narcisismo parte 3) — octubre 27, 2024

El mito de Eco y un tal … no me acuerdo de su nombre pero empezaba con N. (Sobre el narcisismo parte 3)

Lo primero que llama la atención del mito de Narciso según Ovidio es la desaparición de Eco. El titulo del mito es Narciso y Eco, sin embargo dos mil años mas tarde solo recordamos a Narciso. Su historia, escuchada desde el punto de vista de la ninfa es la historia de una desaparición. Tanto en la memoria colectiva como a lo largo del mito, Eco va perdiendo presencia hasta desaparecer físicamente y convertirse únicamente en una voz que resuena en las cuevas y las montañas. Una voz incapaz de decir lo que quiere, esperando que los demás digamos lo que ella necesita.

La historia de Narciso y Eco es la crónica de un sufrimiento anunciado. Sus historias previas a su encuentro los preparan para no conectar. Narciso no es fruto del amor si no de una violación y por lo tanto no lo conoce. No quiere hacer daño a nadie, pero carece de empatía porque no la han tenido con él. Acude al bosque para cazar y estar con sus amigos. No busca pareja.

Por su parte Eco es victima de un castigo. Un castigo que nada tiene que ver con Narciso. Ha perdido su voz. Su capacidad de expresar sus deseos. Depende de otros para expresarse. Se enamora de Narciso pero no puede seducirlo. No puede tampoco expresarle su deseo. Lo único que está a su alcance es expresarse a través de él. Ella quiere que él quiera. Y para eso juega con las palabras de Narciso, que lo único que busca es salir del bosque en el que está perdido.

El abrazo de Eco le sorprende y se resiste. Prefiero la muerte que dispongas de los dos, grita mientras la aparta. Eco lleva tiempo siguiendolo en silencio, y después del encuentro fallido sigue espiandolo hasta que este muere en el lago. De nuevo, Eco está atrapada. No puede dejar de orbitar alrededor del objeto de su deseo, y se va desvaneciendo poco a poco mientras desespera.

Este modelo de pareja es muy común. Llena horas y horas de terapias en las que hablamos de alguien que no está en la consulta. Parejas de pacientes que las y los ignoran o directamente los maltratan sin que puedan dejarlas, aparentemente condenado/as a seguir orbitando a su alrededor. También llenan horas y horas de videos de YouTube llenos de consejos sobre como tratar a esos perversos narcisistas. Videos que se consumen en masa sin ver la ironía de que no dejan de ser otra forma de orbitar alrededor del objeto de deseo inalcanzable.

El problema de Eco no es Narciso. Su problema viene de más lejos. Sus hermanas se acuestan con Zeus mientras ella las protege vigilando la puerta. ¿Será eso lo que ella quiere realmente?¿O se ve obligada a cuidar de otros en lugar de buscar su propia felicidad? Después, castigada al ser descubierta por la esposa de Zeus, pierde definitivamente su capacidad de hablar y expresarse.

La terapia con Eco es sacarla de órbita. Conseguir que deje de mirar a Narciso para verse a ella misma. A sus deseos y a su capacidad para satisfacerlos.

El embriagador aroma de Narciso (sobre el narcisismo parte 2) — octubre 26, 2024

El embriagador aroma de Narciso (sobre el narcisismo parte 2)

¿Qué habrá hecho el pobre Narciso para merecer el honor de ser el patrón de la cofradía del vacío interior y el desamor? Remontemos el río hasta donde podamos para averiguarlo. 

En el principio de los tiempos, antes del hombre y sus sofisticados insultos, solo había una bonita planta de flor que crecía y crece en las orillas de ríos y lagos, ajena a todo este asunto. Los griegos llamaron a estas plantas Narkissos, término que adoptaron los romanos transformándolo en Narcissus y que da nombre al género botánico al que pertenecen los narcisos en español.  

Se desconoce el origen y significado en griego antiguo de la palabra narkissos, pero algunos autores (Roberts, 2014) lo asocian con el término narké que significa aturdimiento o sopor y que está en la raíz de palabras como narcótico o narcosis. La asociación de ambos términos se debería al olor embriagador de estas flores. 

Otros autores en cambio (Beekes, 2009),  defienden que se trata de dos palabras con orígenes totalmente distintos, pero como se suele decir, no dejemos que la realidad nos arruine una buena historia.

En aquella época existían varias leyendas sobre el origen de estas flores (Pausianas, s.f.).  Eran historias con moraleja dirigidas probablemente a educar a los adolescentes de la época. En ellas, un bello joven llamado Narciso era castigado por su orgullo excesivo. En una, Narciso tiene una hermana gemela casi idéntica a él. Cuando esta muere de forma trágica, Narciso acude a un lago para poder verla a través de su propio reflejo quedando allí atrapado por la pena, incapaz de despedirse de su hermana.  En otra, Narciso rechaza a su pretendiente Aminas burlándose de él. Este, despechado, se suicida frente a Narciso encomendándose a la diosa de la venganza Némesis,  para que Narciso conozca el castigo del amor no correspondido. La diosa concede a Aminas su último deseo cuando Narciso se enamora de su propio reflejo en un lago. Incapaz de alcanzarse ni de alejarse, acaba transformado en la flor a la que da nombre. 

La versión más completa del mito  de Narciso y que se ha mantenido hasta nuestros días es la del escritor romano Ovidio (43 A.C. – 17 D.C.) en su obra La Metamorfosis (Ovidio, 2012). Ya sea porque los mitos hablan de situaciones  que afectan a la humanidad desde sus orígenes, o por un simple fenómeno de proyección, la historia de Ovidio está llena de detalles que encajan con la problemática narcisista tal y como la vamos a manejar aquí.

Narciso y su Eco

Narciso es un joven que dedica la mayor parte de su tiempo a cazar con sus amigos. Desde su nacimiento, siempre ha destacado por su gran belleza. Tanto es así, que a sus 16 años ya ha sido el objeto de deseo de una interminable lista de pretendientes  mortales e inmortales de todo sexo y condición. Sin embargo, a pesar de que a su paso va dejando un rastro de gente enamorada, Narciso no es hijo del amor. Su madre, una náyade (deidad menor o ninfa asociada a los cursos de agua) llamada Líriope, se quedó embarazada tras ser violada por el dios/río Céfiso. 

Preocupada por el destino de su hijo recién nacido, Líriope consultó al adivino Tiresias si Narciso tendría una larga vida, a lo que aquél contestó: “Sí, siempre y cuando no se conozca a sí mismo”. Y con esta misteriosa predicción, termina el relato sobre la infancia de Narciso.

Recién cumplidos los 16, durante una de sus partidas de caza, Narciso se separa de su grupo en el bosque. Perdido, empieza a gritar “¿Hay alguien? ¡¿Hay alguien aquí?!”, a lo que una voz femenina contesta “¡Aquí!”. Se trata de una ninfa llamada Eco. 

Eco había sido castigada por Juno, esposa de Júpiter, por encubrir las numerosas infidelidades de este. Mientras Júpiter yacía con alguna de sus  hermanas, Eco se encargaba de distraer a Juno entreteniéndola con su charla. Así, al descubrir el engaño, Juno maldice a Eco impidiéndole hablar con voz propia. Eco únicamente podrá repetir las últimas sílabas de su interlocutor.  La ninfa llevaba un tiempo siguiendo a Narciso y había caído presa de sus encantos. Mientras le seguía cada día, se moría de ganas de hablarle, pero la maldición de Juno le impedía iniciar la conversación. Por esto, cuando Narciso grita en busca de compañía en medio del bosque, ella repite sus palabras llena de ilusión. “¡Aquí!”, grita ella. Eco y Narciso mantienen una especie de diálogo en el que él grita “¡Ven!” y Eco contesta “¡Ven!”. “¿Por qué me huyes?”  y ella “Me huyes”. Por fin, Narciso grita “¡Unámonos!”.  A lo que Eco contesta en éxtasis “¡Unámonos!”. Eco sale corriendo de la espesura y se lanza a abrazarlo. Al ver a la ninfa abalanzándose sobre él, Narciso se asusta y se aparta diciendo “¡Tus manos de mis abrazos quita!¡Antes pereceré de que tú dispongas de nos!” (Ovidio, 2012).

Rechazada y humillada, Eco se aleja de Narciso y se refugia en el fondo de una cueva. No come ni duerme, y su cuerpo físico va menguando hasta que no queda de ella más que su voz. Una voz resonante que puede escucharse algunas veces en el fondo de las cuevas o otros parajes solitarios. 

Por su parte Narciso sigue su camino ajeno al dolor de Eco, y sigue rechazando a su paso a ninfas y humanos. Así, hasta que un día un amante despechado (quizá Aminas) clama a la diosa Némesis en busca de venganza. Esta se consuma por fin en uno de esos parajes solitarios  habitados únicamente por la invisible Eco.

Se trata de una laguna sombría entre las montañas. Ni los animales ni el viento llegan hasta allí a mover sus aguas, por lo que su superficie del agua forma un espejo perfecto. Al acercarse a beber de sus aguas, Narciso ve su reflejo quizá por primera vez en su vida con verdadera claridad. Al verse, queda fascinado por su belleza como si se tratara de otra persona. Cuando sonríe, su reflejo le devuelve la sonrisa. Cuando trata de alcanzarlo, ve cómo su reflejo extiende también sus brazos, pero cuando trata de hablarle el reflejo no responde. Desesperado, se lanza a las aguas heladas. Atrapado en el agua sin su reflejo, Narciso se lamenta entre gritos, a lo que Eco le devuelve sus lamentos entre satisfecha y apenada. Narciso se revuelve en el agua hasta quedar rendido. Antes de ahogarse,  dice por último, “Adiós”, a lo que Eco contesta a su vez , “Adiós”. 

Cuando finalmente las hermanas de Narciso fueron a buscarle al lago, no encontraron su cuerpo, solamente una flor con pétalos blancos al borde del agua.  

Bibliografía

BEEKES,Robert,  Etymological Dictionary of Greek, Leiden : Boston , Brill , 2009. Citado en http://etimologias.dechile.net/?narciso

PAUSIANAS, Description of Greece, publicado en PROYECTO PERSEUS http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus:text:1999.01.0160:book=9:chapter=31&highlight=narcissus

OVIDIO, La Metamorfosis, Grupo Planeta Spain, 2012.

ROBERTS, Edward, A Comprehensive Etymological Dictionary of the Spanish Language with Families of Words based on Indo-European Roots, Xlibris Corporation, 2014. 

Sobre el Narcisismo parte 1 o porqué si tu novio hubiera sabido ser una sardina, tú no habrías sufrido tanto. — octubre 16, 2024

Sobre el Narcisismo parte 1 o porqué si tu novio hubiera sabido ser una sardina, tú no habrías sufrido tanto.

El chico que no logró ser una sardina. Imagen generada por IA en canva.com

-¡Eres un Psicópata!

-¡Y tú una histérica! 

Pervertido, paranoico, psicótico, psicópata, neurótico, histérico, histriónico, hipocondriaco, obsesivo, sádico, maniático, masoquista, bipolar, narcisista. Uno de los servicios menos reconocidos que la psicología presta a la sociedad es el de fabricar insultos refinados. En lenguaje coloquial, llamar  a alguien narcisista es una forma culta de descalificarlo. Un narcisista viene a ser una especie de egoísta delirante que solo se preocupa por sí mismo, es superficial, necesita ser siempre el centro de atención y solo está dispuesto a escuchar alabanzas. ¿Pero por qué llamar a esto narcisismo? ¿Quién era Narciso? En una lectura rápida, Narciso es un personaje de la mitología griega. Un chico guapo pero tonto. Tan guapo y tan tonto que una vez vio su reflejo en el agua de un lago, se enamoró de sí mismo, y cuando se abalanzó para besar su reflejo cayó al agua y se ahogó. Según esto, ser narcisista sería tener “el mal de Narciso”, una forma de auto-embelesamiento, superficialidad y grandes dosis de estupidez. 

Si buscamos una definición más técnica del narcisismo en un manual de diagnóstico de psicopatologías como el DSM-V , encontramos el Trastorno de la Personalidad Narcisista. Este trastorno se describe a través de nueve características de personalidad (Asociación Americana de Psiquiatría, 2013). 

Trastorno de la personalidad narcisista 301.81 (F60.81)

Patrón dominante de grandeza (en la fantasía o en el comportamiento), necesidad de admiración y falta de empatía, que comienza en las primeras etapas de la vida adulta y se presenta en diversos contextos, y que se manifiesta por cinco (o más) de los hechos siguientes:

1. Tiene sentimientos de grandeza y prepotencia (p. ej., exagera sus logros y talentos, espera ser reconocido como superior sin contar con los correspondientes éxitos).

2. Está absorto en fantasías de éxito, poder, brillantez, belleza o amor ideal ilimitado.

3. Cree que es “especial” y único, y que sólo pueden comprenderle o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) especiales o de alto estatus.

4. Tiene una necesidad excesiva de admiración.

5. Muestra un sentimiento de privilegio (es decir, expectativas no razonables de tratamiento especialmente favorable o de cumplimiento automático de sus expectativas).

6. Explota las relaciones interpersonales (es decir, se aprovecha de los demás para sus propios fines).

7. Carece de empatía: no está dispuesto a reconocer o a identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.

8. Con frecuencia envidia a los demás o cree que éstos sienten envidia de él.

9. Muestra comportamientos o actitudes arrogantes, de superioridad.

Aunque exhaustiva y sistemática, esta lista en realidad no aporta gran cosa a la descripción popular de un narcisista. Hablamos de una persona prepotente, con fantasías de grandiosidad, carente de empatía, etc.  El matiz es que pasamos de alguien molesto a alguien con un trastorno mental. 

Teniendo todo esto en cuenta, se entiende que no es fácil hablarle a un paciente de su narcisismo. Siempre es complicado dar un diagnóstico sea cual sea, nunca son buenas noticias. Sin embargo en algunos casos, poner un nombre a lo que vive el paciente produce en él una especie de alivio al darle un sentido a su experiencia. El paciente siente que no es el único al que le pasa esto, y puede tener la esperanza de que, si su problema ya es conocido, puede que existan medios para ayudarle. Con el  narcisismo no ocurre lo mismo. Al asimilarlo a su sentido coloquial, uno tiende a pensar que se trata de un rasgo inmutable de la personalidad. “Algo que soy”, en lugar de “algo que me pasa”. El término “trastorno de la personalidad” abunda en esta idea. Es muy comprensible que un paciente que recibe un diagnóstico así piense que su personalidad está enferma de una forma que resulta  desagradable para los demás.

El narcisismo del que vamos a hablar aquí no encaja en absoluto con esa definición. En realidad un narcisista prepotente o superficial es solo un tipo particular de narcisista, una manifestación de entre muchas posibles de un problema existencial subyacente. El narcisismo que intentaremos tratar aquí es fundamentalmente un problema que consiste en poner la imagen por encima de las necesidades. Es decir, no me muevo impulsado por lo que necesito o lo que deseo, si no por la imagen que doy a los demás al hacerlo. No busco la felicidad satisfaciendo mi necesidad real, lo que necesito como organismo, si no que busco la aprobación de los otros. Y como veremos, no unos otros reales, presentes, si no unos otros fantaseados e idealizados.

Un narcisista, tal y como lo vamos a considerar, es alguien que en el plano interpersonal, en el uno contra uno, tiene una dificultad profunda para dar y recibir amor. Debajo de esta dificultad, encontraremos una herida que ha dañado la función personalidad. Paralelamente, en el plano social, estas personas tienen problemas para funcionar bien en grupo. El narcisista puede estar en grupo, pero no sabe ser parte del grupo porque no se lo han enseñado. Utilizando una analogía de Rubén Miró, en el narcisismo se pierde la increíble sensación de ser una sardina fluyendo con el resto del banco de sardina. El resto del grupo siempre será un público, un jurado, una amenaza, o todas estas cosas a la vez. Nunca el resto de un “yo” más grande del que formo parte. 

Estas dificultades provocan graves dificultades de relación con los demás y genera en el propio paciente una gran frustración que se suele reflejar como un sensación de vacío existencial. Las experiencias no son nunca tan intensas como deberían ser, las satisfacciones nunca son plenas, siempre parece que falta algo importante que hacer o que sentir. En general, nunca nada es suficiente.  

En muchas ocasiones resulta difícil empatizar con un paciente con un narcisismo potente. Esto es una consecuencia directa del propio problema y a la vez una de las señales para detectarlo. Se establecen relaciones terapeuta/paciente en las que hay exigencia, juicio, demandas imposibles, idealización, seducción seguida de reproches, etc. Así que una pregunta lógica sería ¿por qué dedicar todo este tiempo a un tema tan aparentemente antipático? 

Recuerdo perfectamente el momento en el que tuve el primer contacto con  este narcisismo del que hablamos. Era una mañana de sábado y Rubén Miró impartía un taller de formación de terapeutas gestalt llamado “Perturbaciones de la identidad y el vínculo” (O sea, todas, añadía él después de recitar el título). Era el segundo día del taller y estaba empezando a describir lo que él llamaba narcisismo. Quizá fuera casualidad, o quizá reaccionó ante mi cara de espanto y no sé si la de algún compañero más al sentirnos muy identificados con lo que describía. Esa cara que dice “¡Ay Dios, que resulta que tengo narcisismo!¡Que no se entere nadie!”. El caso es que interrumpió su explicación, diciendo, “ El narcisismo, como pasa con muchos otros problemas, es una cuestión cuantitativa. Hay situaciones más narcisistas que otras, pero siempre hay algo presente.” y abriendo un poco los brazos y señalándose añadió, “De todas formas, sobre el narcisismo, en vez de traeros una teoría, he pensado que lo mejor era traeros un ejemplar vivo”. 

Esta anécdota es un modelo en miniatura del narcisismo y de su posible terapia. Tenemos aislamiento, vergüenza sobre lo que uno es interiormente y evitación de mostrarlo a los demás; y tenemos por otro lado una terapia basada en la honestidad, la aceptación  y en la construcción de un “nosotros”. 

No soy capaz de recordar la imagen que tenía del narcisismo antes de aquel día, quizá porque desde entonces el narcisismo se volvió una figura muy fuerte en mi vida que tapó lo anterior. Cuando empecé a trabajar con pacientes entré en un grupo de supervisión con Rubén, y ya sea por un fenómeno de proyección, por la sincronicidad jungiana, por la divina providencia,  o por esa ley cósmica que dice que cuando tienes una herida, todos los golpes te van a la herida, casi todos lo pacientes con los que trabajé y supervisé los tres primeros años de consulta presentaban problemáticas narcisistas más o menos intensas. Este trabajo se basa en lo aprendido durante estos años de trabajo como terapeuta, con su correspondiente supervisión, y en las lecturas que he ido haciendo sobre el tema. Además,  también traigo un ejemplar vivo de narcisista, que puntualmente nos permitirá tener un punto de vista (muy poco objetivo, eso sí) del narcisismo desde dentro.

Bibliografía

ASOCIACIÓN AMERICANA DE PSIQUIATRÍA (APA), Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 5, Arlington, VA, EEUU, Asociación Americana de Psiquiatría, 2013.

Psicofonías o el arte de escuchar lo que me da la gana — mayo 18, 2018

Psicofonías o el arte de escuchar lo que me da la gana

Haz este experimento: piensa en la palabra inglesa brainstorm  (pronunciado breinstorm, tormenta de ideas), luego sube el volumen y escucha el video. Ahora piensa en las palabras green needle (pronunciado grin nidel, aguja verde) y vuelve a escuchar el mismo video. Si en los dos casos has escuchado la palabra pensada, siendo dos sonidos tan diferentes, no es por magia, aunque lo parezca.

Que nuestras expectativas condicionan lo que percibimos es algo sabido y que entra dentro de lo que se conoce como sugestión. Sin embargo esto parece difeferente. Brainstorm y Green needle suenan tan distintos que parece magia. Y es que solemos tener la impresión que lo que percibimos va a misa. «Lo he visto con mis propios ojos» solemos decir. Este vídeo es un recordatorio muy bueno de que lo que percibimos debe también ponerse en cuarentena algunas veces.

Intenta escucharlo otra vez, pero ahora pensando en las palabras Brain Needle. También suena, ¿verdad?

Este fenómeno se conoce como priming o primado. El estímulo real, lo que llega a nuestros oídos en realidad es ambiguo, como casi todo lo que percibimos. Nuestro cerebro con la expectativa generada filtra la señal de forma que elimina una parte y deja la otra. Literalmente estamos oyendo lo que queremos oír o lo que estamos preparados o acostumbrados a escuchar.

En la vida y en la terapia pasa lo mismo una y otra vez, pero a veces cuesta recordarlo.

 

¿Cuál es mi diagnóstico según la terapia gestalt? — marzo 15, 2018

¿Cuál es mi diagnóstico según la terapia gestalt?

Diagnosticar es dar un nombre a los problemas. Pero más allá de saber si nuestro problema se llama Javier, o Rinobombamflasia, necesitamos saber qué nos pasa, por qué, y sobretodo si lo que tenemos tiene solución. Por desgracia en psicología, debajo de nombres tan solemnes como TDAH, encopresis, o parafilia froteurista, no hay mucha más información de la que ya tenía el paciente antes de consultarnos. En la mayoría de los casos, estos diagnósticos son simplemente una descripción de los síntomas que no aporta información adicional sobre los mecanismos que los provocan.

La terapia gestalt propone un camino en sentido inverso al habitual en el que lo último y menos importante es el nombre del trastorno, y a la vez supone una forma sencilla e intuitiva de identificar los problemas mentales.

Aviso importante sobre los diagnósticos en psicología.

Buscamos un diagnóstico cuando vivimos una experiencia que nos parece más o menos anómala y necesitamos ponerle un nombre. Seguramente ya le hemos dado uno para nosotros mismos (mi problema, mis ataques…) pero necesitamos algo más oficial. Aunque seguramente haya más, se me ocurren 4 motivos para buscar un diagnóstico:
1. Saber si lo que me pasa es normal o es patológico.
2. Saber que no estoy solo en esto. Si tiene nombre es porque le ocurre a más gente, así que existirá un tratamiento o se estará investigando para encontrarlo.
3. Poder hacerse entender más o menos brevemente. “Esto que me pasa por las noches, que empieza como con un hormigueo y que es como si yo no fuera realmente yo…” no es práctico. Cuando se lo haya contado a cinco personas, agradeceré poder llamarlo cosas como Disomnia desrealizante o “esa disomnia que tengo” (Nota para hipocondriacos: esta enfermedad no existe, ¡que yo sepa!)
4. Conocer la causa subyacente de lo que me pasa. Qué hay detrás de lo que me ocurre. Qué lo provoca. Y sobre todo, y esto es quizá lo más importante para un terapeuta gestalt, cuál es su mecanismo de acción: cómo funciona.

Cuando acudimos al médico con algún síntoma podemos esperar recibir estas cuatro cosas. Sin embargo en psicología, y mi experiencia es que mucha gente no sabe esto, en la mayor parte de los casos solo obtenemos la número tres. Aunque salgamos de la consulta con un bonito nombre latín o griego (dislexia, discalculia, fobia, enuresis, parafilia froteurista…) en realidad solo tenemos una etiqueta que resume unos síntomas. Vienen asociados entre sí, y se repiten con cierta frecuencia en las personas, pero en la mayoría de los casos la causa que los provoca es desconocida, discutida entre varias corrientes de opinión, o sencillamente ignorada como algo innecesario.
Si el médico nos ve con fiebre y tos, decide a través de unas pruebas si tenemos un resfriado provocado por un virus, o una tuberculosis provocada por una bacteria. El nombre de nuestra enfermedad habla de la causa de esa enfermedad y condiciona el tratamiento a elegir. Si la enfermedad es de origen bacteriano, nos recetarán un antibiótico, en cambio si es vírica, el antibiótico podría ser contraproducente. Cuando acudimos a un psicólogo porque lo único que nos excita sexualmente son los zapatos de tacón y salimos con un diagnóstico de parafilia fetichista, no sabemos absolutamente nada más sobre la causa y el mecanismo de este fenómeno. El nombre solo describe los síntomas. Algo así como si a la gripe la llamáramos trastorno febrectomucotusivo (de fiebre-tos-mocos).
Existen excepciones, por supuesto, pero en líneas generales, el sistema de diagnóstico actual da a los pacientes una idea equivocada sobre lo que sabemos respecto a las psicopatologías. Como muestra de esto, recomiendo leer la opinión de Allen Frances, uno de los autores del DSM, el manual de diagnóstico de trastornos mentales más aceptado actualmente, respecto a donde nos está llevando este sistema.

En psicoterapia cada maestrillo tiene un librillo, con el que atiza al otro maestrillo

¿Estamos entonces condenados a no entender lo que nos pasa y simplemente ponerle una etiqueta? En realidad no. La renuncia a entrar en los mecanismos de acción no se debe a que no existan explicaciones sobre las patologías. Al contrario, el problema es que existen múltiples corrientes dentro de la psicoterapia y casi cada una de ellas tiene su propio modelo sobre el funcionamiento “sano” y patológico de las personas. Por desgracia, la historia de la psicoterapia es la historia de luchas a muerte entre egos irreconciliables que intentan elevar su punto de vista a la categoría de Verdad con mayúsculas. Por este motivo, los autores de los principales sistemas de clasificación de trastornos mentales (DSM y CIE)terminaron por renunciar a entrar en los mecanismos subyacente, limitándose a reunir los síntomas y así evitarse polémicas (o eso creían ellos…).
El problema evidente de renunciar a los mecanismos de acción de las patologías es que se corre el riesgo de englobar dentro de un mismo trastorno, fenómenos muy diferentes entre sí. Volviendo a la analogía médica, detrás del síndrome de fiebre-tos-mocos se puede esconder cientos de enfermedades cada una con un tratamiento indicado distinto. Por otra parte, y esto es quizá lo más preocupante, sin un mecanismo de acción conocido, corremos el riesgo de tratar como si fuera una enfermedad a cualquier perturbación de nuestra vida normal.

El pecado original de la psicología

La mayoría de psicoterapeutas (los semi-sensatos al menos) estamos de acuerdo en que nuestros modelos son bastante similares, o por lo menos complementarios entre sí. Unos diremos que una vaca es una cosa con cuernos, otro que es una cosa con rabo para espantar moscas y otros que son unas ubres sujetas por una estructura de cuatro patas. Todo depende de por dónde hayamos entrado a la establo. Entonces, ¿por qué no existe un cuerpo de conocimiento unificado que dé cabida a los distintos enfoques? O en todo caso, ¿cómo es que después de tantos años no se ha impuesto un modelo sobre los demás?
Alguno saltará aquí con el pecho henchido de orgullo y dirá: ¡Sí que lo hay! La Terapia Cognitivo-Conductual. ¡La única basada en la evidencia científica! Y ojalá tuviera razón, sobretodo para el beneficio de los pacientes. Este enfoque es el empleado en el sistema público de salud y el que se enseña mayoritariamente en la universidad, al menos en España. Pero si somos honestos, y miramos de cerca sus bases teóricas, encontraremos agujeros enormes en los temas esenciales.
La mente y la voluntad humanas siguen siendo un territorio desconocido en un porcentaje enorme. ¿Por qué hacemos lo que hacemos?¿Por qué sabiendo lo que es bueno para nosotros, a veces hacemos lo contrario? Hace años que llegamos a la luna, pero aun hoy estamos bastante lejos de dar una respuesta a esas preguntas.
La psicología es una ciencia muy joven. Nació a finales del siglo XIX, mientras que otras como la física se empezaron a practicar en la antigua Grecia. En la antigüedad las conjeturas estaban a la orden del día (si lo piensas, no te queda otra cuando te planteas la existencia de los átomos y los planetas sin tener ni siquiera un microscopio y vas en toga y sandalias). En el siglo XIX en cambio, lo que estaba de moda era lo medible, lo pesable, ¡lo demostrable científicamente! (el positivismo científico, lo llamaban). Así, los psicólogos necesitaban huir como de la peste de las conjeturas que no pudieran ser puestas a prueba en un laboratorio. Y eso, con lo medios que tenemos aún hoy en día, deja fuera el 90% de lo que resulta interesante sobre la mente.
Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis y de la psicoterapia moderna, se atreve a retomar el camino de las conjeturas, y zanja la cuestión científica afirmando que cuando la neurociencia avance los suficiente, ya se contrastarán sus teorías. Así, el psicoanálisis, propone y desarrolla una serie de modelos que explican el funcionamiento de la mente y los mecanismos de acción de las psicopatologías. Sin embargo la mayoría de ellos son indemostrables, o lo que es peor, resultan sexualmente aberrantes para un científico respetable. Tenemos ya muy asumido el complejo de Edipo, pero intentemos imaginar lo que debió de ser en aquella primera época. Pensemos en todo un catedrático de principios del siglo XX, la primera vez que escuchó la idea de que su conducta se explica por el deseo sexual que sentía hacia su madre cuando tenía unos 2 o 3 años. No es como aceptar que tu tatara-tatara-abuelo era un mono, pero casi.

Llegados a ese punto, el camino de la psicología se divide en dos: Freud y sus herederos por un lado, y los científicos serios con su batas blancas por otro. En medio, queda el paciente con sus problemas. Y aún hoy, más de cien años después, tiene que repartirse, como hijo de padres divorciados, entre su psiquiatra y su psicólogo en la Seguridad Social (ambos con bata blanca), y su psicoterapeuta en una consulta privada.

En Gestalt diagnóstico no hay más que uno, y a ti te encontré en la calle.

La Terapia Gestalt forma parte de esos herederos del psicoanálisis. Surge en los años 50 a raíz de una serie de discrepancias (bastante “técnicas” y difíciles de resumir) entre uno de sus fundadores, Frederick Perls, y la corriente psicoanalítica dominante en aquel momento. En los 60, se vuelve muy popular ya que muchas de sus características la convierten en una terapia potencialmente muy “hippie”. Busca favorecer lo natural y espontáneo, integrar lo corporal en la terapia, no esconderse detrás de la racionalidad, etc. Como pasa con todas las cosas que se ponen de moda muy de golpe, se produjeron algunos excesos (nada raro en aquella época, por otra parte). Sin embargo sus principios teóricos siguen teniendo vigencia hoy en día y se sigue practicando masiva y respetablemente en todo el mundo.
Se podría decir que la Terapia Gestalt es una forma de psicoterapia que intenta ir a la esencia sin complicar innecesariamente las cosas. Para muestra, un botón. Todas la formas de psicopatología, problemáticas existenciales, y en general, todo eso que nos hace acudir a un terapeuta se pueden resumir en UN solo diagnóstico: Interrupción del Contacto.
Dicho así parce simplificar demasiado. ¿Cómo se puede reducir a un único diagnóstico toda la variedad de fenómenos que se conocen como trastornos mentales? Sería algo así como decir que solo existe un diagnóstico en medicina, la ausencia de salud. La realidad sin embargo es que la propuesta de la Terapia Gestalt no es para nada reduccionista, al contrario. Se podría decir que para la Terapia Gestalt existen tantos diagnósticos diferentes como pacientes. O lo que es lo mismo, que cada paciente crea un trastorno personal y único. Pero para entender esto, primero hay que hablar un poco del concepto de Contacto.

¿Y tú me lo preguntas? ¡Contacto eres tú!

En Terapia Gestalt llamamos Contacto (en mayúsculas para distinguirlo de la palabra común) al proceso por el cual la persona interviene de forma consciente en la asimilación de una parte de su entorno. Esa parte del entorno puede ser física, como por ejemplo la comida que ingerimos; o puede ser información, como ocurre cuando aprendemos algo. A lo largo de nuestro día, hay un montón de cosas que ocurren sin nuestra intervención consciente. La digestión, el crecimiento del nuestras uñas, la respiración la mayor parte del tiempo etc. Sin embargo a lo largo del día realizamos también una infinidad de operaciones que requieren nuestra intervención más o menos consciente para que se produzca esa asimilación. Algunas de estas operaciones son de baja intensidad, como ponernos cómodos en la silla por ejemplo, pero otras pueden ser de alta intensidad, como intentar ligar con otra persona (Siempre que uno no sea un seductor compulsivo y aburrido, claro). Cada una de esas operaciones supone una experiencia vivida, y en todas ellas se dan una serie de elementos comunes que nos servirán de guía para entender las distintas patologías.

1. Existe siempre una necesidad, un deseo o una pulsión que las motiva.
2. Implican percibir el entorno, y elegir cual es el objeto o acción que satisfará esa necesidad.
3. Para que ocurran, tenemos que cambiar de alguna manera el entorno (por ejemplo para comer tenemos que morder y masticar la comida); cambiar nosotros mismos (al cambiar de postura por ejemplo); o, lo que ocurre la mayor parte de veces, ambas a la vez.
4. La consecuencia de estas experiencias es el crecimiento de la persona. Nos nutrimos, aprendemos, adquirimos experiencia, etc.

Tanto si la experiencia es banal como si es intensa, para llevarlas a cabo necesitamos tener cierta dosis de creatividad y flexibilidad. La elección del objeto que satisfará nuestra necesidad, y la capacidad de manipular nuestro entorno, requieren un cierto grado de creatividad. Por otra parte ser capaces de abrirnos y cambiar para asimilar lo nuevo, requiere de un cierto grado de flexibilidad.
Al mismo, tiempo con cada experiencia crecemos, y esto significa que mejoramos nuestra creatividad y flexibilidad. Cuanto más intensas y variadas sean las experiencias que tengamos, mayores serán estas. Siempre y cuando eso sí, estas experiencias sean exitosas, o bien el fracaso sea asimilable y nos permita aprender una lección.

¿Qué pasa cuando el Contacto sale mal?

Cuando las experiencias terminan en frustración, o en desastre, se produce también un aprendizaje, sin embargo lo que aprendemos en ese caso es que las situaciones similares a las que han rodeado a esta experiencia, pueden ser peligrosas. La excitación, que es la energía que alimenta todo el proceso, se desborda transformándose en ansiedad, y en lugar de completar la experiencia, la interrumpimos.
He ahí la clave para la variedad de formas distintas de trastornos. En función del momento en el que se interrumpa la experiencia (o Contacto) ocurrirá algo distinto. Por ejemplo si lo que resulta amenazante es pasar a la acción, actuar para transformar el entorno, identificaré la necesidad y el objeto, pero seré incapaz de intervenir. Llegados a ese punto, canalizaré mi energía haciéndome a mí mismo algo en lugar de hacérselo al entorno. Me morderé el labio en lugar de hablar, me enfadaré “conmigo mismo”, etc.
Si en el pasado identificar lo que necesitaba terminó una y otra vez en frustración o en una experiencia desastrosa, mi organismo se adaptará evitando identificar sus propias necesidades. Así hasta un punto en el que viviré con la sensación de no saber lo que necesito. Sabré que no estoy bien, pero no sabré explicar con claridad lo que me pasa.
De esta forma, para un mismo problema, la interrupción del Contacto, pueden aparecer diferentes fenómenos. La Terapia Gestalt distingue 6 tipos:
• Confluencia: Ocurre cuando el Contacto se interrumpe antes de identificar una necesidad. En ese caso tendremos dificultad para identificar lo que queremos o necesitamos. La confluencia está generalmente detrás de ese difuso sentimiento de no estar bien pero no saber qué nos pasa.
• Introyección: En este fenómeno, la persona asume como suyos necesidades o ideas que en realidad son de otra persona. Quien lo sufre rara vez se da cuenta de ello.
• Proyección: Consiste en atribuir inconscientemente a otros, necesidades o sentimientos que en realidad son nuestros. Se da cuando perdemos, o no hemos desarrollado bien, nuestra capacidad o el derecho para aceptarnos sintiendo o pensando determinadas cosas. Es bastante habitual que se respecto a la ira. Percibimos entonces, a los demás como hostiles en lugar de aceptar que somo nosotros los enfadados.
También llamamos proyección al fenómeno por el cual vemos fuera lo que en realidad está en nuestra mente. Un ejemplo clásico es cómo la ciudad se llena de gente con gafas, en cuanto salimos de la óptica. O por qué cuando nos enamoramos, todas las canciones parecen escritas para nosotros.
• Retroflexión: Parece una postura de gimnasia pero no lo es. Se llama así al fenómeno de hacerse a uno mismo los que no nos atrevemos a hacer al entorno. Modernos la lengua, apretar los puños, etc. Freud incluiría en esta categoría a la masturbación, mientras que Woody Allen lo describe como hacer el amor con un ser muy querido.
• Egotismo: Es la última barrera que nos ponemos para interrumpir el contacto. Se da cuando hemos identificado nuestra necesidad, el objeto adecuado para satisfacerla, y hemos actuado para hacerlo nuestro, pero sentimos miedo del cambio que está por venir. El egotismo consiste en no abrirnos, abandonarnos a la experiencia, y así no permitir la asimilación.

La lírica de la psicopatología

Todos estos fenómenos no constituyen un diagnóstico en sí mismos si no que aparecen cuando se interrumpe el contacto. Se dan a diario tanto en personas con algún trastorno como en personas sanas. La patología viene cuando la interrupción del Contacto es sistemática, cuando ocurre frecuentemente y en un mismo tipo de situaciones o en varios tipos, impidiéndonos realizar una vida satisfactoria.
Cada persona, en función de sus características y de las experiencias que haya vivido, interrumpirá el Contacto de una forma particular. Dentro de cada problemática personal encontraremos una combinación particular de estos fenómenos repetida una y otra vez. Algo así como la partitura de una canción compuesta con las mismas 7 notas musicales. ( Todas las canciones del mundo se componen únicamente con 7 notas musicales. 12 si contamos sostenidos y bemoles. Todas. Desde Mozart hasta los Sex Pistols, pasando por Melendi, con solo siete notas.

Cada paciente, con los años, ha ido construyendo su propia sinfonía de interrupciones del Contacto, a partir de la repetición de uno o varios patrones sencillos en diferentes situaciones al igual que ocurre en un fractal, donde la repetición de un patrón sencillo puede generar formas increíblemente complejas.

Al igual que ocurre con cada canción individual, muchas se parecen y pueden agruparse en géneros y subgéneros. Ahí es donde podemos hablar de patrones obsesivos, fóbicos, parafilias etc. Estas etiquetas son útiles para comunicarse, pero a la hora de tratar al paciente, hay que ir a la base, a la canción personal de cada paciente y a las notas que la componen.
Cada interrupción del Contacto pide un tipo de apoyo específico. El trabajo del terapeuta gestalt consiste en alternar la escucha entre las notas individuales y la melodía en su conjunto para elegir donde y cómo ayudar para que poco a poco el paciente pueda restablecer el Contacto con su entorno de forma espontánea y natural.

¿IMPOTENCIA O INAPETENCIA? — febrero 22, 2016

¿IMPOTENCIA O INAPETENCIA?

obtenido en blogdelpene.com

En los manuales de Psicopatología se denomina “impotencia” a uno de los trastornos sexuales más comunes entre los hombres y que consiste en el “fallo en la obtención y mantenimiento de la erección”.

Por supuesto pueden existir causas “orgánicas” para este problema pero se estima que esto ocurre tan solo en 1 de cada 10 casos. El resto se atribuye a “causas psicológicas”. Irónicamente la principal de estas causas es  el mismo miedo a no tener una erección. Se sabe que la mayoría de los hombres tienen en algún momento de su vida un “problema de  erección”, e incluso que la mitad de los hombres sufren periodos transitorios (no puntuales) de impotencia (Benlloch, 2008). No es raro por lo tanto, perder la erección durante una relación sexual en algún momento. Sin embargo esto puede llegar a  producir tal preocupación en el hombre que en las siguientes relaciones, a la mínima señal de falta de erección este entra en un estado de ansiedad, pasando a ser un simple espectador de su pene en lugar de implicarse y disfrutar de la situación. La observación de nuestro propio miembro y la perspectiva de perder la erección no son precisamente excitantes, con lo que lo más temido se cumple entonces. Si esto ocurre se crea un círculo vicioso en el que las pérdidas de erección son cada vez más frecuentes.

Dicho así, parece un problema sencillo de resolver, pero es todo lo contrario. ¿Cómo hacer que algo que es importante para nosotros y no funciona bien, siga sin funcionar bien pero deje de preocuparnos? No es fácil.

La erección está controlada por el Sistema Nervioso Autónomo, los “entresijos” del sistema por así decirlo. La parte del sistema nervioso que controla que respiremos, sudemos, hagamos la digestión, etc. La voluntad y el razonamiento por su parte dependen del Sistema Nervioso Central, el cerebro fundamentalmente, y aunque están conectados, esta conexión no es directa ni fácil de manejar. Si queremos una prueba de ello, decidamos que queremos sudar o dejar de sudar en este momento y veamos si tenemos éxito.

Por otra parte el Sistema Nervioso Autónomo tiene dos partes o ramas. La rama simpática controla la activación. Es la que más se activa cuando estamos alerta, en tensión , etc. La rama parasimpática tiene efectos contrarios y es la que predomina en situaciones de calma.  La erección se activa a través de la rama parasimpática, pero si mientras tenemos sexo entramos en un estado de miedo, preocupación o ansiedad, se activa también la rama simpática. El cuerpo se prepara entonces para enfrentar un peligro, luchar o huir, por lo que decide “recoger los bártulos”. “No es el momento de tener sexo”, se dice, así que la erección desaparece o se reduce.

En mi opinión esta idea es clave. En Terapia Gestalt existe un concepto conocido como “autorregulación organísmica” que viene a decir es que el organismo (o sea nosotros) es sabio a la hora de poner prioridades. En un estado sano y libre, lo primero es lo primero, y lo que resulte más importante para nuestra supervivencia será lo que controle nuestra atención y nuestras reacciones. Si la situación es excitante, nos excitaremos, nos abriremos. Si la situación en cambio es preocupante o amenazante, nos replegaremos. Buscaremos protegernos. Así, si mientras estamos practicando el sexo, algo nos preocupa deberíamos simplemente parar y atender esa preocupación.  Sin problemas ni culpas. Sin embargo esto no siempre es así. Muchas veces nuestras prioridades no están claras o tenemos necesidades que entran en conflicto. Por ejemplo en este caso, frente a una preocupación una necesidad lógica podría ser parar y hablar con nuestra pareja de lo que nos preocupa, pero por otra parte hemos aprendido que hacer esto no es “comportarse como un hombre”. Existen muchas ideas aprendidas que impiden que atendamos a nuestra necesidad natural y espontánea. Algunas de ellas pueden ser estas:

“Cuando tenemos una erección y empezamos una relación sexual hay que llegar hasta el final” En este caso uno no tiene permiso para cambiar de opinión. No puede dejar de apetecernos. Si pasa esto lo que tenemos es un “gatillazo”, un fracaso con su consiguiente vergüenza y culpa. Sin embargo esto solo nos pasa estando con otra persona. Pongámonos en la situación de estar solos en casa masturbándonos.  De repente algo distrae nuestra atención. Hacen algo interesante en la televisión, nos entra hambre, nos acordamos de que hemos olvidado algo, o simplemente el tema no es lo suficientemente interesante. En ese caso paramos y atendemos lo que sea necesario, cambiamos de tema o buscamos  excitación suplementaria en otra parte, pero es raro que haciendo esto sintamos culpa o vergüenza. Lo más probable es que lo hayamos hecho en algún momento y ni siquiera lo recordemos porque no ha sido importante para nosotros. Evidentemente decir a nuestra pareja “espera que empiezan las noticias” en mitad de una relación sexual no es muy considerado, pero la idea que quiero transmitir es que existe un permiso que no nos damos durante un coito y que nos puede obligar a hacer algo que no nos apetece. Y la erección no es algo que se consiga a base de obligaciones.

Otra idea parecida es que “en los hombres el deseo es como el valor en la mili, se nos supone” Un hombre como-dios-manda siempre quiere tener sexo. De hecho la propia palabra “impotencia” lleva esto implícito. Im-potencia es no poder, pero el querer se da por sentado. En los mismos manuales sobre el tema se habla de la erección como algo que se “obtiene”, se “conserva”, o se “pierde”. Es decir algo ajeno, algo que viene de  fuera y que igual que viene se va. La erección no se considera una señal externa  de nuestro nivel de deseo. Nadie dice “no consigo tener un hambre” o “tengo problemas para conservar la salivación”.  Se acepta que a veces se tiene hambre y otras veces no. Y que si en mitad de una comida nos llevamos un susto o un disgusto o nos acordamos de algo preocupante perdemos el apetito, por supuesto sin ninguna culpa. Con el deseo sexual no ocurre lo mismo. Estamos obligados a tenerlo. Aquí es importante distinguir entre “querer” y “desear” algo. Es posible que queramos tener sexo, porque pensamos que tenemos que quererlo. Estamos otra vez en una cuestión de cumplir una obligación, pero el Sistema Nervioso Autónomo, como hemos visto, no atiende a estas cosas.

Como decía antes, la solución a estos problemas no es nada fácil. Las dos ideas anteriores son simplicaciones, mientras que los aprendizajes y creencias que condicionan una situación de falta de deseo pueden ser bastante complejos y no estar accesibles a “simple vista”. Por supuesto es imprescindible consultar con un médico para descartar factores físicos como problemas vasculares, hormonales y otros. Y una vez hecho esto o además de hacerlo puede ser útil visitar a un psicoterapeuta o un sexólogo. Sin embargo me parece interesante quedarse con la idea de que en asuntos en los que interviene el Sistema Nervioso Parasimpático, en problemas cuya solución pasa por relajarse, la “lucha” para solucionar el problema rara vez pasa por obligarse o forzarse si no más bien por relajarse y darse permisos.

Referencias Bibliográficas

Benlloch, A. y otros (2008). Manual de Psicopatología (Vol. I p.322) Aravaca : McGraw-Hill

foto obtenida en http://blogdelpene.com

Decírselo con tu estado de whatsapp no es la mejor idea. — septiembre 23, 2015

Decírselo con tu estado de whatsapp no es la mejor idea.

imagen: hikingartist.com
imagen: hikingartist.com

La Terapia Gestalt se inventó mucho antes que whatsapp, pero es muy fácil imaginarse a sus padres fundadores tirándose de los pelos por las últimas formas de comunicación que hemos inventado. Para la Terapia Gestalt una vida sana implica contactar con nuestro entorno. Nutrirnos de las novedades que nos aporta adaptándonos a él y a la vez moldeárlo para hacerlo nuestro y obtener de él lo que necesitamos. Para un animal social como nosotros, el entorno es fundamentalmente el resto de nuestro grupo y contactar significa sobre todo comunicarse. Es decir, una vida satisfactoria implica comunicarnos satisfactoriamente con los demás.
Aunque alguno se sorprenda, aullar a la luna no es comunicarse con la luna. El receptor del mensaje te tiene que oír. Tiene que saber que te diriges a él. Y tú tienes que saber que él lo sabe. Y él tiene que saber que tú sabes que él lo sabe… y así hasta el infinito. Conseguir esta certeza con el doble check de whatsapp es muy muy complicado, pero cuesta menos de una décima de segundo mirándose a los ojos.
¡He aquí otro mensaje paradójico! Otro buen consejo sobre las ventajas de volver a una vida más sencilla y directa comunicando a través de una red social almacenada en el hiperespacio. Totalmente cierto. Me declaro culpable, pero por algo será que cada vez nos encontramos con más mensajes de este tipo.
Cada vez tenemos más medios para comunicarnos con nuestro entorno y paradójicamente hay una creciente noción de que estamos cada vez menos conectados a nivel íntimo con los demás. La cuestión parece estar en la calidad de la comunicación. Las nuevas vías de comunicación transmiten solo una parte de toda la información que nuestro cerebro está preparado para recibir y procesar a la hora de comunicarse con un congénere (Entonación, postura corporal, distancia entre los dos, dirección de la mirada…). Cuanto más basamos nuestra relación con el entorno en estas pseudo-comunicaciones, más conectados nos sentimos en cuanto a cantidad de conexión (llegando incluso al agobio) pero a la vez sentimos crecer una pequeña sensación de insatisfacción o de frustración provocada por toda ese tipo de información no verbal que no estamos emitiendo ni recibiendo. Una especie de déficit que se va generando mientras nos comunicamos, por ejemplo, por whatsapp con nuestros amigos y que se reequilibra solo cuando volvemos a quedar con ellos en persona.

Por otra parte, no olvidemos que el cerebro, como el corazón, es un órgano que no se detiene nunca. Así que no se esperemos que se quede tranquilo si recibe solo una fracción de la información que necesita. Todo lo que no le demos, lo va a completar. Lo tiene que completar. No puede actuar de otra forma. Así que cuando lea un mensaje de whatsapp, le va a poner entonación. Ahora, ¿cuál? La que tenga más a mano. La que forme parte de su creencia sobre cómo le trata el mundo habitualmente. En cualquier caso, no necesariamente la que pretendía el emisor.

La comunicación como herramienta para contactar con nuestro entorno de manera satisfactoria implica decir lo que necesitamos decir, a quien necesitamos decírselo, y cuando necesitamos decírselo, o por lo menos cuando es posible ser escuchado. En cualquier otro caso, parafraseando a la gran Verónica Aracil, ¡la frustración está servida!

¿No controles? — septiembre 18, 2014

¿No controles?

35¿Cuál es la diferencia entre planificar y controlar?¿Cómo podemos saber si somos demasiado controladores? O mejor, ¿Por qué me dicen los demás que soy controlador(a) si yo lo que pasa es que, o me encargo yo, o esto es un caos total?

Otra pregunta: A mi vida le falta “sustancia”, ¿por qué? ¿Qué puedo hacer?

Y la peor de todas: ¿Qué va a ser de mí?¿Qué hago yo con esta incertidumbre?

El control, la confianza y la incertidumbre son temas que aparecen muchas veces en terapia. El sábado pasado en el programa de radio La Rueda Del Hámster Arnau Benlloch, Nadia Montero, Pepe Cabello y yo, hablamos un poco sobre estos temas. Podéis escuchar el podcast en el siguiente enlace.

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