¿Qué habrá hecho el pobre Narciso para merecer el honor de ser el patrón de la cofradía del vacío interior y el desamor? Remontemos el río hasta donde podamos para averiguarlo.
En el principio de los tiempos, antes del hombre y sus sofisticados insultos, solo había una bonita planta de flor que crecía y crece en las orillas de ríos y lagos, ajena a todo este asunto. Los griegos llamaron a estas plantas Narkissos, término que adoptaron los romanos transformándolo en Narcissus y que da nombre al género botánico al que pertenecen los narcisos en español.
Se desconoce el origen y significado en griego antiguo de la palabra narkissos, pero algunos autores (Roberts, 2014) lo asocian con el término narké que significa aturdimiento o sopor y que está en la raíz de palabras como narcótico o narcosis. La asociación de ambos términos se debería al olor embriagador de estas flores.
Otros autores en cambio (Beekes, 2009), defienden que se trata de dos palabras con orígenes totalmente distintos, pero como se suele decir, no dejemos que la realidad nos arruine una buena historia.
En aquella época existían varias leyendas sobre el origen de estas flores (Pausianas, s.f.). Eran historias con moraleja dirigidas probablemente a educar a los adolescentes de la época. En ellas, un bello joven llamado Narciso era castigado por su orgullo excesivo. En una, Narciso tiene una hermana gemela casi idéntica a él. Cuando esta muere de forma trágica, Narciso acude a un lago para poder verla a través de su propio reflejo quedando allí atrapado por la pena, incapaz de despedirse de su hermana. En otra, Narciso rechaza a su pretendiente Aminas burlándose de él. Este, despechado, se suicida frente a Narciso encomendándose a la diosa de la venganza Némesis, para que Narciso conozca el castigo del amor no correspondido. La diosa concede a Aminas su último deseo cuando Narciso se enamora de su propio reflejo en un lago. Incapaz de alcanzarse ni de alejarse, acaba transformado en la flor a la que da nombre.
La versión más completa del mito de Narciso y que se ha mantenido hasta nuestros días es la del escritor romano Ovidio (43 A.C. – 17 D.C.) en su obra La Metamorfosis (Ovidio, 2012). Ya sea porque los mitos hablan de situaciones que afectan a la humanidad desde sus orígenes, o por un simple fenómeno de proyección, la historia de Ovidio está llena de detalles que encajan con la problemática narcisista tal y como la vamos a manejar aquí.
Narciso y su Eco
Narciso es un joven que dedica la mayor parte de su tiempo a cazar con sus amigos. Desde su nacimiento, siempre ha destacado por su gran belleza. Tanto es así, que a sus 16 años ya ha sido el objeto de deseo de una interminable lista de pretendientes mortales e inmortales de todo sexo y condición. Sin embargo, a pesar de que a su paso va dejando un rastro de gente enamorada, Narciso no es hijo del amor. Su madre, una náyade (deidad menor o ninfa asociada a los cursos de agua) llamada Líriope, se quedó embarazada tras ser violada por el dios/río Céfiso.
Preocupada por el destino de su hijo recién nacido, Líriope consultó al adivino Tiresias si Narciso tendría una larga vida, a lo que aquél contestó: “Sí, siempre y cuando no se conozca a sí mismo”. Y con esta misteriosa predicción, termina el relato sobre la infancia de Narciso.
Recién cumplidos los 16, durante una de sus partidas de caza, Narciso se separa de su grupo en el bosque. Perdido, empieza a gritar “¿Hay alguien? ¡¿Hay alguien aquí?!”, a lo que una voz femenina contesta “¡Aquí!”. Se trata de una ninfa llamada Eco.
Eco había sido castigada por Juno, esposa de Júpiter, por encubrir las numerosas infidelidades de este. Mientras Júpiter yacía con alguna de sus hermanas, Eco se encargaba de distraer a Juno entreteniéndola con su charla. Así, al descubrir el engaño, Juno maldice a Eco impidiéndole hablar con voz propia. Eco únicamente podrá repetir las últimas sílabas de su interlocutor. La ninfa llevaba un tiempo siguiendo a Narciso y había caído presa de sus encantos. Mientras le seguía cada día, se moría de ganas de hablarle, pero la maldición de Juno le impedía iniciar la conversación. Por esto, cuando Narciso grita en busca de compañía en medio del bosque, ella repite sus palabras llena de ilusión. “¡Aquí!”, grita ella. Eco y Narciso mantienen una especie de diálogo en el que él grita “¡Ven!” y Eco contesta “¡Ven!”. “¿Por qué me huyes?” y ella “Me huyes”. Por fin, Narciso grita “¡Unámonos!”. A lo que Eco contesta en éxtasis “¡Unámonos!”. Eco sale corriendo de la espesura y se lanza a abrazarlo. Al ver a la ninfa abalanzándose sobre él, Narciso se asusta y se aparta diciendo “¡Tus manos de mis abrazos quita!¡Antes pereceré de que tú dispongas de nos!” (Ovidio, 2012).
Rechazada y humillada, Eco se aleja de Narciso y se refugia en el fondo de una cueva. No come ni duerme, y su cuerpo físico va menguando hasta que no queda de ella más que su voz. Una voz resonante que puede escucharse algunas veces en el fondo de las cuevas o otros parajes solitarios.
Por su parte Narciso sigue su camino ajeno al dolor de Eco, y sigue rechazando a su paso a ninfas y humanos. Así, hasta que un día un amante despechado (quizá Aminas) clama a la diosa Némesis en busca de venganza. Esta se consuma por fin en uno de esos parajes solitarios habitados únicamente por la invisible Eco.
Se trata de una laguna sombría entre las montañas. Ni los animales ni el viento llegan hasta allí a mover sus aguas, por lo que su superficie del agua forma un espejo perfecto. Al acercarse a beber de sus aguas, Narciso ve su reflejo quizá por primera vez en su vida con verdadera claridad. Al verse, queda fascinado por su belleza como si se tratara de otra persona. Cuando sonríe, su reflejo le devuelve la sonrisa. Cuando trata de alcanzarlo, ve cómo su reflejo extiende también sus brazos, pero cuando trata de hablarle el reflejo no responde. Desesperado, se lanza a las aguas heladas. Atrapado en el agua sin su reflejo, Narciso se lamenta entre gritos, a lo que Eco le devuelve sus lamentos entre satisfecha y apenada. Narciso se revuelve en el agua hasta quedar rendido. Antes de ahogarse, dice por último, “Adiós”, a lo que Eco contesta a su vez , “Adiós”.
Cuando finalmente las hermanas de Narciso fueron a buscarle al lago, no encontraron su cuerpo, solamente una flor con pétalos blancos al borde del agua.

Bibliografía
BEEKES,Robert, Etymological Dictionary of Greek, Leiden : Boston , Brill , 2009. Citado en http://etimologias.dechile.net/?narciso
PAUSIANAS, Description of Greece, publicado en PROYECTO PERSEUS http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus:text:1999.01.0160:book=9:chapter=31&highlight=narcissus
OVIDIO, La Metamorfosis, Grupo Planeta Spain, 2012.
ROBERTS, Edward, A Comprehensive Etymological Dictionary of the Spanish Language with Families of Words based on Indo-European Roots, Xlibris Corporation, 2014.