Hay mucha gente que piensa que no es creativa, que la creatividad es un don reservado a unos pocos privilegiados. Sin embargo se trata de una característica esencial y presente en todos nosotros. En mayor o menor medida la usamos cada día sin darnos cuenta, y de hecho es una herramienta esencial para aprender, cambiar y crecer.
El que se dé más o menos intensamente en nuestro día a día depende de una serie de factores que es interesante conocer para darnos la oportunidad de potenciarla.
Tendemos a identificar la creatividad con el arte. Es una idea extendida pensar que la creatividad es un don exclusivo de unos pocos privilegiados, cuando realmente se trata de una característica que todos poseemos. Cuando improvisamos un disfraz de última hora para nuestros hijos, si hacemos alguna «chapuza» en casa o cuando nos inventamos una excusa para no acudir a una cita, estamos siendo creativos. En cada pequeña cosa que hacemos podemos optar por recurrir al método que ya conocemos, o introducir alguna pequeña variación. Siempre que hagamos esto, estaremos generando una novedad y estaremos siendo creativos.
A principios del siglo XX, los psicólogos de la Gestalt demostraron que los vertebrados (desde el mono hasta la gallina) no solo aprendemos por ensayo y error sino que lo hacemos por descubrimiento, «insights» o «ideas felices». De esta forma, tenemos dos formas de aprender o de comportarnos. Una más segura, ciñéndonos a lo ya conocido, y otra más arriesgada que implica manejarse con la novedad. Este último tipo de aprendizaje es esencial, porque nos permite avanzar a grandes saltos en lugar de paso a paso. Con él podemos salir de círculos viciosos, podemos encontrar soluciones nuevas a viejos problemas. En definitiva, es una herramienta esencial para cambiar y crecer.
Sin embargo esta herramienta, siempre presente en nosotros, puede manifestarse de forma más o menos intensa dependiendo de una serie de factores. Trabajando sobre estos factores estaremos liberando nuestra capacidad para ser creativos.
Sin seguridad no hay creatividad
La creatividad es siempre la opción arriesgada frente a lo malo conocido. Si nos encontramos bajo presión o tenemos miedo a las consecuencias si nos equivocamos, nuestro organismo bloqueará automáticamente nuestra creatividad. Y es lo normal. Lo que debe hacerse. Si el riesgo de equivocarnos es demasiado elevado, recurriremos a mecanismos de emergencia, a lo que nos funcionó en el pasado o a lo que nos fue mal, pero no demasiado mal. Si queremos ser más creativos, no deberíamos forzarnos o ponernos en situaciones de alto riesgo. Al contrario, debemos trabajar para minimizar los daños de nuestra posible creatividad. No inventemos un plato nuevo el día que viene a cenar nuestro jefe o nuestros suegros. Mejor con amigos.
Suspendamos el juicio
Si hacemos un repaso de todos los críticos que juzgan nuestro trabajo, comprobaremos que uno de los más implacables somos nosotros mismos. Y el problema es que a este crítico le damos libre acceso para ver nuestro trabajo antes de haberlo terminado. De esta forma, muchas buenas ideas se quedan en el tintero por culpa de una autocrítica demasiado dura, muchas veces impulsada por la vergüenza. En su famoso estudio sobre las personalidades creativas, Abraham Maslow, comprobó que durante el proceso de creación, estas personas «suspendían» el juicio sobre su trabajo. Lo posponían hasta tener un producto más o menos elaborado. De esta forma dejamos espacio a nuevas ideas, a veces absurdas o locas a priori, pero que están en la base de la creatividad.
Trabajemos con lo que hay
Otra idea muy extendida es que la creatividad es mayor si disponemos de mejores medios. Solemos ponernos la excusa de que nos faltan herramientas para hacer algo distinto. Y realmente es todo lo contrario. La necesidad agudiza el ingenio. La creatividad es una herramienta para superar obstáculos, y cuanto mayores sean estos, mayor nivel de creatividad será necesario. Las limitaciones y los obstáculos son invitaciones muy potentes a ser creativos. No las desaprovechemos.
Juguemos
Creatividad y juego están íntimamente relacionados. Cuando jugamos, estamos siendo creativos y a la vez, para ser creativos necesitamos «manejar lúdicamente» los objetos sobre los que trabajamos. Esta expresión se entiende mejor con un experimento que podemos hacer en cualquier momento. Imaginemos que tenemos en nuestras manos un objeto desconocido y tenemos que inventar posibles usos para él. Al principio se nos ocurrirán uno o dos (probablemente uno de ellos sea usarlo como pisapapeles). Pasado un momento empezaremos a examinar el objeto. Por arriba, por abajo, por los lados… llegará un momento en el que nos cansaremos y empezaremos a jugar con él sin un fin en concreto. Puede que golpeemos con él la mesa, le demos vueltas, o lo hagamos rodar «juguetonamente». Es muy probable que en ese momento nos aparezca en la mente un uso en el que no habíamos pensado hasta ahora. Jugar con el objeto, manipularlo sin una intención clara, nos abre las posibilidades y nos permite ser creativos.
En el resto de situaciones ocurre lo mismo. Si estamos bloqueados una muy buena estrategia es permitirnos jugar con nuestras alternativas. Relajarnos, fantasear, descansar, dejar que la inspiración llegue.
Sin duda darnos permiso para jugar es de todos el factor más importante, porque al hacerlo cumplimos intuitivamente con los anteriores. En el juego, podemos perder sin demasiado riesgo, nos permitimos hacer cosas que no haríamos en otras situaciones; y nos ceñimos a unas reglas, que en el fondo son obstáculos a superar. Así que en una palabra, si queremos potenciar nuestra creatividad, simplemente juguemos.
